El lugar de las materias llamadas "teóricas" en la formación actoral.
por Claudia Blasetti
"Por mucho que uno se esfuerce, lo que busca suele encontrarlo por casualidad"
(de la película “Adiós mi concubina”)
En la elaboración de los programas de estudio de las carreras de formación del actor, dirección y puesta en escena, o dramaturgia, tanto de las escuelas de teatro públicas como privadas, en la gran mayoría de ellas junto con las materias troncales y evidentemente indispensables como técnica actoral, corporal o vocal, se han ido incorporando de manera creciente materias así llamadas “teóricas” como: análisis de textos, historia del teatro, historia social de las artes, expresión oral o filosofía, entre otras.
A primera vista, parecería que la necesidad o el aprovechamiento de dichas asignaturas apuntaría a formar un alumno más “culto”. Pero en la realidad del aula, cuando como docentes debemos hacernos la pregunta indispensable de para qué se dan realmente estas materias, o quizá desde dónde y con qué objetivos se eligen, las respuestas parecerían multiplicarse, y de hecho, de esa primera pregunta, los desarrollos temáticos y las clases mismas derivarán en desarrollos y aprovechamientos completamente diferentes.
Parecería más o menos evidente, aunque en este terreno lo evidente deja de serlo, que el análisis de textos o la historia del teatro son herramientas más cercanas a lo que se podría considerar como elementos propios de la formación del actor, director o dramaturgo.
Pero cuando el interrogante se acerca a materias tales como historia social de las artes o filosofía, la necesidad de cuestionamiento o al menos la incertidumbre se acrecienta. Cuando el docente se dispone a elegir un recorrido en el camino de la historia, recorrido completamente arbitrario ya que casi infinitos recorridos serían aceptables, la elección de los períodos históricos, los textos, los monumentos, las obras de arte, comienzan a conformar un caleidoscopio siempre mutable, en el que pueden ponerse en primer plano tanto una catedral gótica, como un canto de la “Eneida” de Virgilio, o la multiplicidad y banalización de la imagen propuesta por Andy Warhol.
De todas formas, en el proceso concreto de contacto con estos elementos, las sensibilidades e intereses de los alumnos parecen bifurcarse como tantas posibilidades de expresión artística se ofrecen.
La pregunta sería, entonces, no la de sí es útil o no el estudio de las diferentes expresiones de pensamiento y artísticas a lo largo de la historia, sino por cuáles nada evidentes caminos cada uno de los individuos que hoy intenta su nuevo recorrido, su nueva búsqueda en el universo del arte se ve modificado, dónde resuenan, en qué parte del proceso de su propia creación se unen las producciones de los creadores de todos los tiempos, y de todas las culturas. La pregunta sería, entonces, no la de sí es útil o no el estudio de las diferentes expresiones de pensamiento y artísticas a lo largo de la historia, sino por cuáles nada evidentes caminos cada uno de los individuos que hoy intenta su nuevo recorrido, su nueva búsqueda en el universo del arte se ve modificado, dónde resuenan, en qué parte del proceso de su propia creación se unen las producciones de los creadores de todos los tiempos, y de todas las culturas.
De alguna manera, se podría apenas vislumbrar en la multiplicidad de testimonios artísticos una intención, una necesidad, una angustia o una pasión que se hacen presentes en el que hoy busca, cuando se pone en contacto con el objeto artístico, con el objeto que ha intentado una cierta forma de belleza. ¿Sería quizás, un territorio como el del inconsciente en el que no hay linealidad temporal sino un territorio presente, un presente que tan sólo se diferencia por zonas de iluminación y oscuridad?
De hecho, se producen efectos muy variados cuando se intenta el tránsito por las ideas y procesos teóricos y conceptuales que abarcan los hechos históricos. Muy diferente es el contacto con el objeto creado. Nadie escapa a la fascinación que produce el Partenón o el complejo de pirámides de Gizeh.
Pero cabría volver a preguntarse, qué es lo que se hace presente en ese recorrido, qué conexión con el mundo circundante, qué punto del acto de creación es transmisible, y por lo tanto enriquecedor para el que hoy inicia o profundiza su propia búsqueda.
“La muerte está hoy delante de mí
como para el enfermo la salud,
como dejar el cuarto, después de la enfermedad.
La muerte está hoy delante de mí
como el olor de la mirra,
como sentarse bajo un lienzo en un día de viento.
La muerte está hoy delante de mí
como el olor del loto,
como sentarse en la ribera de la ebriedad.
La muerte está delante de mí
como el fin de la lluvia…”
La “Oda del desesperado” fue escrita en Egipto, dos mil años antes de Cristo, y este fragmento nos pone en contacto con cierta belleza perenne, pero también ¿qué formas de vida, conceptos o terrores o ilusiones sobre la vida y la muerte nos reabre?
Dejarse llevar por estos caminos de belleza podría ser una respuesta aparentemente suficiente, y quizás lo sea. Pero también se pueden intentar otros interrogantes, por el intento mismo, desechando de antemano una respuesta definitiva.
También hay que evaluar qué efecto produce sobre nosotros, creadores presentes, el “modelo” de belleza subrayado por los años de vigencia, y alertarnos sobre el peligro de parálisis que esto puede producir sobre nuestro actual y presente proceso de creación. Los modelos de belleza no deberían ser ejemplos a copiar sino caminos a develar. Todo este planteo sería de por sí, quizá, válido o enriquecedor sin tomar en cuenta la inserción y la función social que, de hecho, vincula al arte con su medio. Si bajo esta mirada analizamos la realidad actual de nuestro país, volvemos a descubrir que el arte tiene una valor de denuncia que lamentablemente no ha ido sino en aumento. Por citar sólo un ejemplo, en la primera semana de agosto se cumplieron 20 años de Teatro Abierto, y en el teatro nacional Cervantes volvieron a reunirse dramaturgos, actores y público reviviendo una experiencia artística que fue de las más importantes durante la última dictadura militar.
Aparte de la conmemoración y el recuerdo, las palabras de Roberto Cossa volvieron a darle la vigencia que nunca perdió aquella experiencia: “Hace veinte años nos autoconvocamos porque la realidad era insoportable. Hoy, en la Argentina, estamos viviendo una realidad igualmente insoportable”.
“Pobre patria. Casi temerosa de conocerse a sí misma. No puede ser llamada nuestra madre sino nuestra tumba, donde nadie sonríe excepto quienes no saben nada; donde los suspiros y los lamentos y los gemidos que desgarran el aire se elevan sin que nadie los advierta, donde el dolor violento parece un éxtasis moderno. Doblan las campanas y nadie pregunta quién murió, y la vida de los hombres buenos expira antes que las flores que, sin enfermar, mueren”.
El párrafo precedente podría haber sido escrito, sin dudas, por cualquier observador de la realidad actual, que incluye colas interminables frente a San Cayetano o infinidad de piquetes que cortan rutas de todo el país pidiendo simplemente, trabajo y comida. Pero no, lo escribió para la eternidad Shakespeare, en su Macbeth, hablando de Escocia del 1200, de Inglaterra del 1600 o de la Argentina hoy.
Ante tales coincidencias, parecen borrarse las dudas para un actor, un autor o cualquier artista que intente desarrollarse en su mundo y en su tiempo. Pero es bueno volver a la duda y al interrogante por sobre los caminos peligrosamente obvios.
¿Qué es lo que hay que conocer?¿Por qué caminos, por qué procesos las creaciones antiguas, las precedentes, las contemporáneas, deben ser enseñadas, mostradas, señaladas?
¿Qué función, y sobre todo, desde qué lugares del cuerpo y de la mente de un creador del teatro o de otra disciplina se relacionan los antiguos creadores y sus obras? Parecería haber un tenso hilo en el aire, hilo que une lo ético y lo estético como hebras de una misma soga, sobre la cual el artista, en cualquier tiempo o lugar, intenta un equilibrio en la oscuridad.
Quizás, habría que aceptar que por más que uno se esfuerce, lo que busca suele encontrarlo por casualidad, pero que en ese sendero incierto, la memoria es una forma de luz.
Claudia Blasetti es Licenciada en Letras con especialización en lenguas clásicas, profesora de Historia del Teatro e Historia Social de las Artes y dramaturga.
Artículo publicado originalmente en Revista Ritornello. Devenires de la Pedagogía Actoral, Año I, Nro. 2, Buenos Aires, 2001, p. 29-31
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